domingo, 20 de diciembre de 2009

Bosquejo de un abandono obligado

Llegó a observar el dibujo de su espalda
Como algo que siempre estaba ocurriendo,
Había cenizas en esa espalda.
Ocasionalmente,
Se encendía una llama delgada,
Pero se perdía
En el omoplato
La columna
Yéndose,
“hacía el norte” decía Juan
pero ya no lo dejaba
verla de frente,
y se iba olvidando de su rostro
como hacia tiempo
se había olvidado de sus ojos.
Entonces,
Para no abandonarse a la mera contemplación
De una espalda vacía,
Pensó una sonrisa
Allí pintada,
Una lagrima,
Un ceño fruncido,
Los labios perfectos,
Una madrugada húmeda,
Muy húmeda
Y la pintura fresca
Se le fue de las manos.
Partía,
Siempre partía dejando a Juan con su
“sin vos no es lo mismo”,
recorriendo las vías del ferrocarril
sin una brújula certera,
mendigando,
“una noche, por favor,
de calles húmedas, muy húmedas”.
Y Juan se embriago
Con las fotografías
De aquella espalda
(nunca lo había dejado
fotografiarla de frente)
y se rindió,
pálido,
ante la sombra
que cenicienta,
llegaba.